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El «hole hawg» de los sistemas operativos

UNIX SIEMPRE HA ESTADO PULULANDO provocativamente en el trasfondo de las guerras de los sistemas operativos, como el Ejército ruso. La mayor parte de la gente sólo conoce su reputación, y su reputación, como sugiere el cómic de Dilbert, es mixta. Pero todo el mundo parece estar de acuerdo en que sólo con que se planteara su actuación en serio y dejara de cederle enormes extensiones de ricos terrenos agrícolas y cientos de miles de prisioneros de guerra a los invasores, los aplastaría, a ellos y a cualquier otra oposición.

Resulta difícil explicar cómo se ha ganado Unix este respeto sin meterse en horrorosos detalles técnicos. Tal vez el meollo pueda explicarse contando una historia sobre taladradoras.

«Hole Hawg» es una gama de máquinas de taladrar fabricadas por la Compañía de Herramientas Milwaukee. Si observan el escaparate de una típica ferretería, pueden encontrar taladros de Milwaukee más pequeños, pero no el «hole hawg», que es demasiado potente y caro para usuarios domésticos. El «hole hawg» no tiene el diseño en forma de pistola del barato taladro doméstico. Es un cubo de metal sólido con un mango que sale por un lado y una protuberancia en otro. El cubo contiene un motor eléctrico desconcertantemente potente. Se puede sostener el mango y apretar el gatillo con el índice pero, a menos que se sea excepcionalmente fuerte, no se puede controlar el peso del «hole hawg» con una mano: hay que sujetarlo con ambas manos. Para compensar el contratorque del «hole hawg», se usa un mango adicional (viene incluido), que se atornilla en uno u otro lado del cubo de hierro, dependiendo de si se usa la mano izquierda o la derecha para apretar el gatillo. Este mango no es esbelto y ergonómico como lo sería en un taladro doméstico. Es simplemente un pedazo de tubería galvanizada normal de un pie de largo, con un agujero en un extremo, con un mango de goma negra en el otro. Si lo pierdes, simplemente vas a la tienda de fontanería local y compras otro pedazo de tubería.

Durante los ochenta hice algo de albañilería. Un día, otro obrero apoyó una escalera contra la fachada del edificio que estábamos construyendo, subió al segundo piso y uso el «hole hawg» para hacer un agujero en el muro exterior. En algún momento, la broca se atascó en el muro. El «hole hawg», siguiendo su único imperativo, siguió funcionando. Giró el cuerpo del obrero como una muñeca de trapo, haciendo que tirara la escalera. Por suerte, se mantuvo agarrado al «hole hawg», que permaneció encajado en el muro, y simplemente colgó de él y pidió ayuda hasta que vino alguien y puso de nuevo la escalera.

Yo mismo usé un «hole hawg» para hacer muchos agujeros a través de remaches, lo cual hice como una picadora pica coliflor. También la usé para hacer unos cuantos agujeros de seis pulgadas de diámetro en un viejo techo de escayola. Introduje una nueva sierra, subí al segundo piso, metí la mano por entre las recientes juntas del suelo y empecé a cortar el techo del primer piso. Allí donde mi broca doméstica las había pasado canutas para hacer girar el enorme hierro, y se había detenido a la menor obstrucción, la «hole hawg» rotaba con la estúpida consistencia de un planeta giratorio. Cuando la sierra ganó velocidad, el «hole hawg» giró sobre sí mismo y me hizo girar a mí también, aplastando una de mis manos entre el mango de acero y una junta, produciéndome algunas laceraciones, cada una rodeada por una amplia corona de carne magullada. También dobló la propia sierra, aunque no tanto como para que no pudiera volver a usarla. Tras unos pocos encontronazos parecidos, cada vez que tenía que usar el «hole hawg» mi corazón empezaba a latir con terror atávico.

Pero nunca le eché la culpa al «hole hawg»: me eché la culpa a mí mismo. El «hole hawg» es peligroso porque hace exactamente lo que se le pide que haga. No se ve constreñido por las limitaciones físicas inherentes a un taladro barato, ni por los cierres de seguridad que puede incluir un fabricante temeroso de las responsabilidades penales en un producto doméstico. El peligro no está en la máquina misma, sino en la incapacidad del usuario de contemplar todas las consecuencias de las instrucciones que le da.

Una herramienta más pequeña también es peligrosa, pero por razones completamente distintas: trata de dar lo que se le pide, y falla de un modo que resulta impredecible y casi siempre indeseable. Pero el «hole hawg» es como el genio de las antiguos cuentos de hadas, que lleva a cabo las instrucciones de su amo literalmente, con precisión y un poder ilimitado, a menudo con desastrosas consecuencias imprevistas.

Antes del «hole hawg», solía examinar el surtido de taladros en las ferreterías de un modo que consideraba sensato, desechando los modelos más pequeños y levantando los grandes y caros apreciativamente, deseando poder permitirme una de aquellas bellezas. Ahora las miro a todas con tal desdén que ni siquiera considero que sean taladros de verdad --son simplemente juguetes diseñados para explotar las tendencias delirantes de urbanitas que quieren creer que han comprado una herramienta de verdad--. Sus estuches de plástico, cuidadosamente diseñados y verificados con grupos-diana para transmitir una sensación de solidez y potencia, me parecen asquerosamente frágiles y baratos, y me avergüenzo de haber picado alguno vez y comprado tales menudencias.

No resulta difícil imaginar qué aspecto tendría el mundo para alguien que hubiese sido criado por constructores y que nunca hubiese usado más taladro que el «hole hawg». Tal persona, al ver el mejor y más caro taladro de una ferretería, ni siquiera lo reconocería como tal. Por el contrario, puede que lo confundiera con un juguete de niños, o con una especie de destornillador motorizado. Si el vendedor o confuso urbanita se refiriera a ello como un taladro, se reiría y les diría que estaban equivocados --sencillamente, se habían confundido con la terminología--. Su interlocutor se marcharía irritado, y probablemente bastante a la defensiva en lo tocante a su sótano lleno de vistosas herramientas baratas, peligrosas y coloridas.

Unix es el «hole hawg» de los sistemas operativos,1 y los hackers de Unix, como Doug Barnes y el tipo del cómic de Dilbert y muchas otras personas que pueblan Silicon Valley, son como hijos de constructores que se criaron usando sólo taladros industriales «hole hawg». Podrían usar los sistemas operativos de Apple/Microsoft para escribir cartas, jugar a videojuegos o llevar las cuentas, pero no consiguen tomarse esos sistemas operativos en serio.


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2003-05-11