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La tradición oral

UNIX ES DIFÍCIL DE APRENDER. El proceso de aprenderlo tiene múltiples pequeñas epifanías. Lo típico es estar a punto de inventar una herramienta o utilidad necesaria cuando te das cuenta de que alguien ya la inventó, y la incorporó, y eso explica algún extraño archivo o directorio que viste pero que nunca comprendiste realmente antes.

Por ejemplo, hay un comando (un pequeño programa, parte del sistema operativo) llamado whoami, que permite preguntarle al ordenador quién cree que eres --en una máquina Unix, siempre entras bajo un nombre, ¡posiblemente, incluso el tuyo!--: con qué archivos puedes trabajar o qué software puedes usar, depende de tu identidad. Cuando empecé a usar Linux, tenía una máquina sin conectar a la red en mi sótano, con sólo una cuenta de usuario, así que cuando descubrí el comando whoami me pareció ridículo. Pero cuando entras como una persona, puedes usar temporalmente un pseudónimo para acceder a diferentes archivos. Si tu ordenador está conectado a Internet, puedes entrar en otros ordenadores siempre que tengas un nombre de usuario y una contraseña. En ese momento la máquina distante no difiere en nada de la que tienes justo delante de ti. Estos cambios de identidad y localización pueden anidarse unos dentro de otros, con muchas capas, incluso si no se está haciendo nada criminal. Cuando te olvidas de quién eres y dónde estás, el comando whoami es indispensable. Yo lo uso todo el tiempo.

Los sistemas de archivos de las máquinas Unix tienen todos la misma estructura general. En los sistemas operativos endebles, se pueden crear directorios (carpetas) y ponerles nombres como «Frodo» o «Mis Cosas» y ponerlos más o menos donde a uno le dé la gana. Pero en Unix el nivel más alto --la raíz-- del sistema de archivos siempre es designado por el carácter único «/» y siempre contiene el mismo conjunto de directorios de nivel superior:

   /usr /etc /var /bin /proc /boot /home /root 
   /sbin /dev /lib /tmp

y cada uno de estos directorios típicamente tiene su propia estructura distintiva de subdirectorios. Fíjense en el uso obsesivo de abreviaturas y en cómo se evitan las mayúsculas; se trata de un sistema inventado por gente a la que el desorden repetitivo por estrés es lo que la silicosis a los mineros. Los nombres largos se desgastan hasta convertirse en colillas de tres letras, como guijarros pulidos por el río.

Este no es el lugar para tratar de explicar por qué existe cada uno de los anteriores directorios, y qué contiene. Al principio todo parece oscuro; peor, parece deliberadamente oscuro. Cuando empecé a usar Linux, estaba acostumbrado a poder crear directorios donde quisiera y a darles los nombres que me apeteciera. Con Unix se puede hacer eso, por supuesto (eres libre de hacer lo que quieras), pero a medida que se adquiere experiencia con el sistema se llega a comprender que los directorios listados antes se crearon por las mejores razones y que la vida de uno será mucho más fácil si se sigue el juego (dentro de /home, por cierto, uno tiene libertad ilimitada).

Cuando este tipo de cosa ha sucedido varios cientos o miles de veces, el hacker comprende por qué Unix es como es, y está de acuerdo en que no podría ser lo mismo de ningún otro modo. Es este tipo de aculturación lo que les da a los hackers de Unix su confianza en el sistema, y la actitud de reposada, inamovible, irritante superioridad que reflejaba el cómic de Dilbert. Tanto Windows 95 como MacOS son productos diseñados por ingenieros al servicio de compañías específicas. Unix, en cambio, no es tanto un producto como una historia oral escrupulosamente compilada de la subcultura hacker. Es nuestra épica de Gilgamesh.

Lo que hacía que las antiguas épicas como la de Gilgamesh resultaran tan poderosas y tan longevas se debía a que eran cuerpos vivientes de narrativa que mucha gente se sabía de memoria, y contaban una y otra vez, añadiendo sus propios adornos cuando les apetecía. Los malos adornos no gustaban, los buenos eran retomados por otras personas, pulidos, mejorados, y con el tiempo se incorporaban a la historia. De igual modo, Unix es conocido, amado y comprendido por tantos hackers, que puede recrearse a partir de cero cuando alguien lo necesita. Esto resulta muy difícil de entender para la gente acostumbrada a pensar en los sistemas operativos como cosas que tienen que ser compradas.

Muchos hackers han lanzado reimplementaciones más o menos exitosas del ideal de Unix. Cada una lleva nuevos adornos. Algunos mueren rápidamente, otros se funden con innovaciones semejantes y paralelas creadas por diferentes hackers que atacaban el mismo problema, otros se adoptan e incorporan a la épica. Así, Unix ha crecido lentamente alrededor de un núcleo simple y ha adquirido una complejidad y asimetría a su alrededor que es orgánica, como las raíces de un árbol, o las ramificaciones de una arteria coronaria. Comprenderlo se parece más a la anatomía que a la física.

Durante al menos un año, antes de mi adopción de Linux, había oído hablar de él. Personas creíbles y bien informadas me decían que unos cuantos hackers habían construido una implementación de Unix que podía descargarse gratuitamente de Internet. Durante mucho tiempo no pude tomarme la idea en serio. Era como oír rumores de que un grupo de entusiastas de las maquetas de cohetes habían creado un Saturno V completamente funcional intercambiando planos por la Red y enviándose mutuamente válvulas y alerones.

Pero es cierto. Normalmente el mérito de Linux se atribuye a su tocayo humano, un tal Linus Torvalds, un finlandés que inició el asunto en 1991, cuando usó algunas de las herramientas de GNU para escribir el principio de un núcleo Unix que pudiera ejecutarse en hardware compatible con PC. Y ciertamente Torvalds merece todo el crédito que se le ha dado, y mucho más. Pero no podría haberlo conseguido él solo, como tampoco habría podido Richard Stallman. Para escribir el código, Torvalds necesitó tener herramientas de desarrollo baratas pero potentes, y obtuvo éstas del proyecto GNU de Stallman.

Y tenía un hardware barato en que escribir ese código. El hardware barato es algo mucho más difícil de lograr que el software barato: una sola persona (Stallman) puede escribir software y colgarlo en la Red de modo gratuito, pero para fabricar hardware hay que tener toda una infraestructura industrial, lo cual no es barato ni de lejos. Realmente, el único modo de hacer que el hardware resulte barato es sacar un número increíble de copias, de tal modo que el precio por unidad acabe cayendo. Por las razones ya explicadas, Apple no tiene ninguna gana de ver cómo cae el precio del hardware. La única razón por la que Torvalds tenía hardware barato era Microsoft.

Microsoft se negó a entrar en el negocio del hardware, insistiendo en hacer que su software pudiera ejecutarse en hardware que cualquiera podía fabricar, y creó así las condiciones de mercado que permitieron que los precios del hardware cayeran en picado. Al tratar de comprender el fenómeno Linux, pues, tenemos que contemplar no a un único innovador, sino una especie de extraña Trinidad: Linus Torvalds, Richard Stallman y Bill Gates. Elimínese cualquiera de estos tres y Linux no existiría.


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2003-05-11