Muchos de los archivos que controlan el funcionamiento de Linux no son nada más que líneas de comando que se volvieron tan largas y complicadas que ni siquiera los hackers de Linux podrían escribirlas correctamente. Cuando se trabaja con algo tan potente como Linux, fácilmente se puede dedicar toda una media hora a escribir una sola línea de comando. Por ejemplo, el comando find, que busca en todo el sistema de archivos aquellos ficheros que cumplan ciertos criterios, es fantásticamente potente y general. Su man tiene once páginas, y son páginas concisas; podrían expandirse a todo un libro. Además, como si eso no fuera lo bastante complicado por sí mismo, siempre se puede dirigir la salida de un comando Unix a la entrada de otro igualmente complicado. El comando pon, que se usa para activar una conexión PPP con Internet, requiere tanta información detallada que básicamente resulta imposible lanzarlo todo desde la línea de comandos. En lugar de eso, se abstraen grandes pedazos de su entrada a tres o cuatro archivos distintos. Hace falta un script2 de marcación, que de hecho es un programita que le dice cómo marcar el teléfono y responder a diversos sucesos; un archivo llamado options, que lista cerca de sesenta opciones diferentes sobre cómo instalar la conexión PPP; y un archivo llamado secrets, que incluye información sobre las contraseñas.
Presumiblemente hay hackers cuasidivinos de Unix en algún lugar del mundo que no tienen por qué usar estos pequeños scripts y archivos de opciones como muleta, y que sencillamente pueden sacar líneas de comando fantásticamente complejas sin cometer errores tipográficos y sin tener que pasarse horas hojeando la documentación. Pero yo no soy uno de ellos. Como casi todos los usuarios de Linux, dependo de miles de pequeños archivos de texto ASCII que ocultan todos esos detalles y que a su vez están metidos en recovecos del sistema de archivos de Unix. Cuando quiero cambiar algo acerca del modo en que funciona mi sistema, edito esos archivos. Sé que si no sigo la pista de cada pequeño cambio que he realizado, no podré hacer que el sistema funcione tras haber enredado con él. Mantener registros escritos a mano es tedioso, por no decir algo anacrónico. Pero es necesario.
Probablemente me habría ahorrado un montón de dolores de cabeza trabajando con una compañía llamada Cygnus Support, que existe para proporcionar ayuda a los usuarios de software libre. Pero no lo hice, porque quería ver si podía hacerlo yo solo. La respuesta resultó ser que sí, pero por los pelos. Y hay muchos retoques y optimizaciones que probablemente podría hacer a mi sistema que nunca he llegado a probar, en parte porque algunos días me canso de ser un morlock, y en parte porque me da miedo estropear un sistema que en general me funciona bien.
Aunque Linux me vale a mí y a muchos otros usuarios, su potencia y generalidad son su talón de Aquiles. Si uno sabe lo que está haciendo, puede comprar un PC barato de cualquier tienda de ordenadores, tirar los discos de Windows que lleva incluidos y convertirlo en un sistema Linux de desconcertante complejidad y potencia. Puede enchufarlo a otros doce ordenadores Linux y convertirlo en parte de un ordenador paralelo. Puede configurarlo de tal modo que cien personas diferentes puedan entrar en él a través de Internet, por vía de otras tantas líneas de módem, tarjetas Ethernet, sockets TCP/IP, y enlaces de packet radio.3 Puede unirlo a media docena de monitores diferentes y jugar a DOOM con alguien en Australia mientras sigue a satélites de comunicaciones en órbita y controla las luces y termostatos de casa y la grabación en directo de su webcam y navegar en Internet y diseñar circuitos en las demás pantallas. Pero la potencia y complejidad del sistema --las cualidades que lo hacen tan enormemente superior en el aspecto técnico a los demás sistemas operativos-- a veces hacen que parezca demasiado formidable para el uso cotidiano.
A veces, en otras palabras, sólo quiero ir a Disneylandia.
Mi sistema operativo ideal sería uno que tuviera una interfaz gráfica bien diseñada, que resultase fácil de instalar y usar, pero que incluyera ventanas de terminal desde las que pudiera regresar a la interfaz de línea de comandos, y ejecutar software GNU, cuando tuviera que hacerlo. Hace unos cuantos años, Be Inc. inventó exactamente ese sistema operativo. Se llama BeOS.