Hace años que los fabricantes de sistemas operativos --como Microsoft o Apple-- dedican ingentes recursos a ocultar cómo funcionan realmente los ordenadores, se supone que con la idea de simplificar su uso. Para ello, algunos de sus mejores ingenieros han inventado toda clase de metáforas visuales e interfaces gráficas, lo cual ha permitido que mucha gente se acerque a los ordenadores personales sin sentir pánico o sin provocar grandes gastos de formación de personal a sus empresas. Pero, lamentablemente, construir ese muro de metáforas en forma de interfaz gráfica entre el ordenador y el usuario (conocida como GUI) ha tenido un coste social y cultural muy notable, al contribuir decisivamente a que la tecnología que subyace al ordenador se perciba como algo mágico, sin conexión alguna entre causas y efectos, recubriendo de un formidable manto de ignorancia todo lo que realmente sucede. Eso ha propiciado estrategias comerciales basadas en el engaño y la trampa,1 cuando no abiertamente delictivas2 y explica que productos muy deficientes, como el propio Windows, sean consumidos masivamente y tolerados por el gran público, que soporta resignadamente una mercancía plagada de errores y sin garantía real alguna, que acepta las pérdidas de datos, los virus, las vulnerabilidades, el control sobre su intimidad y toda clase de errores inesperados como algo natural, inherente al propio ordenador, y no al sistema operativo que lo hace funcionar. El último --y gravísimo-- atropello planificado por parte del principal constructor de interfaces amigables tiene el nombre de TCPA/Palladium y pretende universalizar el software propietario con código malicioso incorporado. Hoy son las empresas las que «legislan» de facto mediante la tecnología y, de imponerse dicho sistema --una auténtica conspiración de Microsoft e Intel contra libertades básicas de las personas--, permitiría realmente la censura remota, la intrusión y el control de los ordenadores personales por parte de las corporaciones multimedia y de los gobiernos, a espaldas del usuario y sin su consentimiento.
La «cultura de la interfaz» se ha impuesto, pero para llegar a ese punto ha hecho falta un largo recorrido salpicado de guerras no declaradas, una auténtica «lucha de clases en el escritorio» que nos ha llevado desde la línea de comandos hasta las vistosas interfaces gráficas actuales. Es precisamente esa historia la que nos narra, de forma amena y desenfada, Neal Stephenson, autor por cierto de algunas de las mejores novelas de ciencia-ficción de la última década, tales como Snow Crash y Criptonomicón.
Existe una comunidad, una cultura compartida, de programadores expertos y gurús de redes, cuya historia se puede rastrear décadas atrás, hasta las primeras minicomputadoras de tiempo compartido y los primigenios experimentos de Arpanet. Los miembros de esta cultura acuñaron el término hacker. Los hackers construyeron la Internet. Los hackers hicieron del sistema operativo Unix lo que es en la actualidad. Los hackers hacen andar Usenet. Los hackers hacen que funcione la WWW.3
El heredero de esa cultura es el movimiento del software libre, y su buque insignia: GNU/Linux. En ese ámbito sigue muy viva la interfaz de línea de comandos de la que nos habla Stephenson. Tal circunstancia no responde a ninguna clase de nostalgia o excentricidad, ni se debe solo a una decisión técnica, sino política, pues con ello se ha mantenido intactos el poder y la capacidad de decisión del usuario sobre lo que hace su máquina. Es de esta historia, no muy conocida fuera del ámbito hacker, sobre la que nos ilustra EN EL PRINCIPIO... FUE LA LÍNEA DE COMANDOS. La obra que presentamos constituye un ensayo sobre el pasado y el futuro de los ordenadores personales, un recorrido personal y subjetivo --pero no por ello menos preciso-- a través de la evolución de los sistemas operativos que el autor ha conocido --Windows, MacOS, Linux, BeOS-- y de la actitud que han representado a lo largo del tiempo cada uno de estos en el uso y el tipo de usuario a los que ha dado lugar. No es un libro que trate de evaluar o comparar técnicamente las prestaciones de los distintos sistemas operativos, ni que aborde la típica (y artificiosa) controversia entre usuarios de Mac y de Windows. De hecho, Stephenson sitúa correctamente en el mismo plano a Apple y a Microsoft, como dos caras de la misma moneda: tal y como no hay diferencia cualitativa entre un fabricante de ferraris y otro de ladas (por mucho que estética e incluso funcionalmente no haya comparación posible), tampoco la hay entre Redmond y Cupertino: ambos gigantes representan un modelo basado en el código cerrado, en la restricción y la apropiación de las fuentes del conocimiento y en la venta de licencias.
La alternativa al software propietario no es otro software propietario que funcione mejor o sea más vistoso, o nos salga gratis, sino un modelo de desarrollo y uso del software que devuelva a los usuarios de ordenadores el poder y la libertad que han ido perdiendo a lo largo del tiempo o, aún más, que permita a los usuarios autoorganizarse para ello: ese, y no otro, es el valor del software libre, mucho más que sus excelencias técnicas, las cuales, siendo indiscutibles, no dejan de ser un hecho circunstancial. ¿Y qué es lo que caracteriza pues al software libre? el permiso de copiar, modificar y redistribuir el código (incluyendo su venta), con una única restricción que se puede sintetizar con el título del himno de Caetano Veloso y del Mayo francés: «prohibido prohibir», y que los hackers comprimen aún más llamándolo «copyleft». Esto no es una simple utopía de informáticos libertarios, sino la columna vertebral de Internet (más del 60% de los servidores web se basan en un software libre llamado Apache), el modelo de negocio de numerosas empresas y el sistema que usan ya más de veinte millones de personas en sus ordenadores.
Esta obra sin duda supondrá un punto de vista novedoso para el usuario no especializado, pues le descubrirá de modo ameno un mundo que no es el que le han contado en las revistas de informática, ni en los rutilantes anuncios de las grandes compañías de software propietario, que prometen facilidad de uso a cambio de aceptar la entrega ciega e incondicional a sus productos. Neal Stephenson muestra que no es oro todo lo que reluce debajo de esas metáforas visuales y esos vistosos y (se supone) intuitivos escritorios, que se han impuesto a costa de un ejercicio tramposo de idealización equivalente a las películas de Walt Disney.
Hay que hacer una pequeña aclaración en cuanto a la excelente traducción de Asunción Álvarez. En el texto aparece a menudo «software gratis» como traducción castellana de free software. En inglés, el término free es polisémico, y puede significar tanto libre como gratis. Sin embargo, free software, referido al movimiento que abandera GNU/Linux, se emplea siempre en el sentido de libertad, no de precio, y debe traducirse como «software libre». Pero Stephenson usa muchas veces a lo largo del texto free en un sentido inequívoco que indica gratuidad y por supuesto la traductora ha respetado dicho sentido. Cuando el autor quiere referirse a «software libre» opta por la denominación open source («fuente abierta»). El software libre es libre incluso para ser vendido. Que el software se pueda copiar sin restricciones hace que tienda a llegar al usuario a coste cero, lo cual es distinto a que no haya costado nada producirlo o a que alguien no haya pagado por su desarrollo: la gratuidad, cuando se da, es una consecuencia del modelo de libre copia, no su razón de ser.4
Para elaborar este libro se ha empleado únicamente software libre, en concreto el sistema de composición de textos LATEX,5 el editor GNU Emacs y el corrector Ispell,6 con los que se ha controlado todo el proceso hasta la salida final en un fichero «postscript» para la imprenta. Tenemos el empeño explícito por mostrar con hechos que el resultado de la maquetación con herramientas libres es incluso superior que el que se obtiene con los carísimos programas comerciales que se utilizan en la composición de libros en papel. Tampoco se ha usado interfaz gráfica: todo el proceso se ha realizado sin efectuar un solo click de ratón desde una terminal de línea de comandos (GNU bash). Una versión digital de este libro, libremente reproducible para uso personal, puede encontrarse en la Biblioweb de sinDominio.7
Solo nos queda agradecer la cesión de la traducción a Asunción Álvarez y ciberpunk.org, en cuyo sitio se encuentra otra versión en línea de este ensayo.8 También deseamos que conste nuestro agradecimiento a Pedro Jorge Romero, por permitirnos reproducir la reseña que hizo para el Archivo de Nessus.9